Ellos viven donde viven las boas, donde los árboles estrechan sus brazos fraternalmente, donde los ríos son las venas que alimentan la fertilidad de la tierra, donde la tierra es la madre y la razón de la existencia.
Las apacibles aguas de las cochas reflejan el temperamento del cielo, los riachuelos de aguas cantarinas después de serpentear por el bosque y descender numerosas cataratas por las colinas se unen a los ríos. Los ríos al convertirse en navegables son las principales vías de comunicación que son fuentes de pesca. En las orillas la tierra es fértil. Abundan el plátano, el caimito, la guaba, el shimbillo, el ungurahui y el pijuayo. Allí en medio a esa exuberancia los nativos viven saboreando el agridulce del taperibal, el néctar de las papayas y guanábanas o el sabor áspero del mango verde, del zapote y de la agua de coco.
La naturaleza selvática es más exótica con los colores de las orquídeas que regalan su néctares a las numerosas especies de abejas y colibríes y los tiernos cogollos de las palmeras donde danzan las hormigas. Allí las hierbas cubren de verde cada centímetro del suelo; las lianas trepan juguetonas de rama en rama, sirviendo de columpio a las maquizapas; donde las orquídeas y los nidos compiten el regazo de un árbol o la canción de cuna de los grillos. Allí los otorongos rugen y se enseñorean en el reino poblado de criaturas aladas y cantores misteriosos.
Cada día de existencia se dibuja en los oleos del amanecer. Cuando el día se marcha enciende el bosque en fuegos de colores de artificio que arden sin consumir. Allí las estrellas y la luna dan gloria a la noche. Los ríos son venas que recorren el bosque, las cochas son madres que paren a los espíritus y deidades de las leyendas. Allí los valles y colinas duermen al ritmo del concierto de grillos y ranas que invaden la noche para elevar sus cantos a la luna. Allí en la foresta se lamenta el Ay, Ay Mama, se pasea el Chullachaqui, relincha la Runa Mula. Allí el búho filosofa noche a noche la suerte del planeta.
Allí se preguntan por que las lágrimas negras son tan codiciadas por el progreso que es sinónimo de enfermedades, de muerte y destrucción para el bosque.
El espíritu del bosque es indómito guerrero que luchará y castigará a los asesinos de su estirpe. No se sometieron a los Incas, ni siquiera a los Conquistadores, menos a los arcángeles del falso progreso. Defenderán su cultura y sabiduría ancestral con valentía y humildad.
me ha encantado
ResponderEliminar